jueves, 4 de septiembre de 2014
IV. IV La relación entre el mundo mítico y la idea de arte
Hasta aquí he venido desarrollando ampliamente la observación hecha por mí
al comienzo de este tratado: cómo lo dionisíaco y lo apolíneo, dando a luz
sucesivas criaturas siempre nuevas, e intensificándose mutuamente,
dominaron el ser helénico: cómo de la edad de «acero», con sus
titanomaquias y su ruda filosofía popular, surgió, bajo la soberanía del
instinto apolíneo de belleza, el mundo homérico, cómo esa magnificencia
«ingenua» volvió a ser engullida por la invasora corriente de lo
dionisíaco, y cómo frente a este nuevo poder lo apolíneo se eleva a la
rígida majestad del arte dórico y de la contemplación dórica del mundo. Si
de esta manera la historia helénica más antigua queda escindida, a causa
de la lucha entre aquellos dos principios hostiles, en cuatro grandes
estadios artísticos: ahora nos vemos empujados a seguir preguntando cuál
es el plan último de ese devenir y de esa agitación, en el caso de que no
debamos considerar tal vez el último período alcanzado, el período del
arte dórico, como la cumbre y el propósito de aquellos instintos
artísticos: y aquí se ofrece a nuestras miradas la sublime y alabadísima
obra de arte de la tragedia ática y del ditirambo
dramático como meta común de ambos instintos, cuyo misterioso enlace
matrimonial se ha enaltecido, tras prolongada lucha anterior, en tal hijo
- que es a la vez Antígona y Casandra -.
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