jueves, 4 de septiembre de 2014
IV. II Conocéte a ti mismo
Esta divinización de la individuación, cuando es pensada como imperativa y
prescriptiva, conoce una sola ley, el individuo, es
decir, el mantenimiento de los límites del individuo, la mesura
en sentido helénico. Apolo, en cuanto divinidad ética, exige mesura de
los suyos, y, para poder mantenerla, conocimiento de sí mismo. Y así, la
exigencia del «conócete a ti mismo» y de «¡no demasiado!» marcha paralela
a la necesidad estética de la belleza, mientras que la autopresunción y la
desmesura fueron reputadas como los demones propiamente hostiles,
peculiares de la esfera no-apolínea, y por ello como cualidades propias de
la época pre-apolínea, la edad de los titanes, y del mundo extra-apolíneo,
es decir, el mundo de los bárbaros. Por causa de su amor titánico a los
hombres tuvo Prometeo que ser desgarrado por los buitres, en razón de su
sabiduría desmesurada, que adivinó el enigma de la Esfinge, tuvo Edipo que
precipitarse en un desconcertante torbellino de atrocidades; así es como
el dios délfico interpretaba el pasado griego.
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