jueves, 4 de septiembre de 2014
III. IILo divino lo humano
Quien se acerca a estos Olímpicos llevando en su corazón una religión
distinta y busque en ellos altura ética, más aún, santidad,
espiritualización incorpórea, misericordiosas miradas de amor, pronto
tendrá que volverles las espaldas, disgustado y decepcionado. Aquí nada
recuerda la ascética, la espiritualidad y el deber: aquí nos habla tan
sólo una existencia exuberante, más aún, triunfal, en la que está
divinizado, todo lo existente, lo mismo si es bueno que si es malo. Y así
el espectador quedará sin duda atónito antes este fantástico
desbordamiento de vida y se preguntará qué bebedizo mágico tenían en su
cuerpo esos hombres altaneros para gozar de la vida de tal modo que a
cualquier lugar a que mirasen tropezaban con la risa de Helena, imagen
ideal de su existencia, “flotante en una dulce sensualidad”. Pero a este
espectador vuelto ya de espaldas tenemos que gritarle: no te vayas de
aquí, sino oye primero lo que la sabiduría popular griega dice de esa
misma vida que aquí se despliega ante ti con una jovialidad tan
inexplicable. Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey
Midas había intentado cazar en el bosque al sabio Sileno,
acompañante de Dioniso, sin poder atraparlo. Cuando por fin cayó en sus
manos, el rey pregunta qué es lo mejor y más preferible para el hombre.
Rígido e inmóvil calla el demón; hasta que forzado por el rey, acaba
prorrumpiendo en estas palabras, en medio de una risa estridente: “Estirpe
miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¡por qué me fuerzas a
decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es
totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser,
ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti -morir
pronto.”
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario