¿Qué relación mantiene el mundo de los dioses olímpicos con esta sabiduría
popular? ¿Qué relación mantiene la visión extasiada del mártir torturado
con sus suplicios?
Ahora la montaña mágica del Olimpo se abre a nosotros, por así decirlo, y
nos muestra sus raíces. El griego conoció y sintió los horrores y espantos
de la existencia: para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos la
resplandeciente criatura onírica de los Olímpicos. Aquella enorme
desconfianza frente a los poderes titánicos de la naturaleza, aquella
Moira que reinaba despiadada sobre todos los conocimientos,
aquel buitre del gran amigo de los hombres, Prometeo, aquel destino
horroroso del sabio Edipo, aquella maldición de la estirpe de los Atridas
que compele a Orestes a asesinar a su madre, en suma, toda aquella
filosofía del dios de los bosques, junto con sus ejemplificaciones
míticas, por la que perecieron los melancólicos etruscos, -fue superada
constantemente, una y otra vez, por los griegos, o, en todo caso
encubierta y sustraída a la mirada, mediante aquel mundo intermedio
artístico de los Olímpicos. Para poder vivir tuvieron los griegos que
crear, por una necesidad hondísima estos dioses: esto hemos de imaginarlo
sin duda como un proceso en el que aquel instinto apolíneo de belleza fue
desarrollando en lentas transiciones, a partir de aquel originario orden
divino titánico del horror, el orden divino de la alegría: a la manera
como las rosas brotan de un arbusto espinoso. Aquel pueblo tan excitables
en sus sentimientos, tan impetuoso en sus deseos, tan excepcionalmente
dotado para el sufrimiento, ¿de qué otro modo habría podido soportar la
existencia, si en sus dioses ésta no se le hubiera mostrado circundada de
una aureola superior? El mismo instinto que da vida al arte, como un
complemento y una consumación de la existencia destinados a inducir a
seguir viviendo, fue el que hizo surgir también el mundo olímpico, en el
cual la “voluntad” helénica se puso delante un espejo tranfigurador.
Viviéndola ellos mismo es como los dioses justifican la vida humana
-¡única teodicea satisfactoria! La existencia bajo el luminoso resplandor
solar el autentico dolor de los hombres homéricos se refiere
a la separación de esta existencia, sobre todo a la separación pronta: de
modo que ahora podría decirse de ellos, invirtiendo la sabiduría silénica,
“lo peor de todo es para ellos el morir pronto, y lo peor en segundo lugar
el llegar a morir, alguna vez”. Siempre que resuena el lamento, éste habla
del Aquiles “de corta vida”, del cambio y paso del genero humano cual
hojas de árboles, del ocaso de la época heroica. No es indigno del más
grande de los héroes el anhelar seguir viviendo, aunque sea como
jornalero. En el estadio apolíneo la “voluntad” desea con tanto ímpetu
esta existencia, el hombre homérico se siente tan identificado con ella,
que incluso el lamento se convierte en un canto de alabanza de la misma.
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